viernes , 22 noviembre 2024
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OPINIÓN: LA GUARDERÍA. Juan Risueño Lorente

LA GUARDERÍA
Hay antecedentes. Cuentan que el colmo de la vaguería era el de aquellos pistoleros que entraban a beber al Saloon sin bajarse del caballo. Y más cercano en el tiempo ha habido quienes han visto negocio en eso, véanse los burguer en los que no hace falta ni bajarse del coche, o los cines al aire libre.
La vaguería es un arte, y como tal crea religión. Hoy, llegar con nuestro coche hasta las mismas narices del lugar en cuestión, y solucionar el tema sin quitarnos ni el cinturón de seguridad, es un logro que nos deja exteriormente muy satisfechos
.
Recuerdo, ya jodida por la policía municipal esa hermosa costumbre, el desfile de vehículos y moda a las puertas del colegio Sagrado Corazón, y la eterna espera de quienes, ajenos, sufrían el embotellamiento y la parsimonia de las señoras en montar a los niños, acoplarles el cinturón, aireando la ropa de domingo.
Pero bueno, ya voy con la guardería, esa guardería que está en un callejón estrechito, y a la que hay que entrar dentro con el coche a coger el niño.
El otro día, una de estas señoras, denunció a la policía municipal que tenía un muro infranqueable, a modo de tractor cargando cositas de una obra, y que eso había que quitarlo como fuese. La policía llegó y puso la consiguiente denuncia, sesenta euros, y por pronto pago cuarenta.
Y he aquí que, ayer, con el consiguiente permiso municipal para cortar una calle por la que se accede a ese callejoncito, con una señal de dirección prohibida como la puerta de una catedral, pues se la saltaban porque les salía de su Santo Reverendo.
Y además, hubo que quitarles algún que otro obstáculo, y que pedirles perdón por haberlas detenido uno o dos minutos.
Luego, claro, ellas paraban en la misma puerta de la guardería, cortaban la calle sin permiso municipal cinco o diez minutos, pues porque eso tiene que ser así, y a ver quién tiene güevos a decir lo contrario.
¡Pero qué egoístas somos, qué prepotentes, qué repugnantemente vagos!
Ayer no me hubiera importado decirle cuatro cosas a alguna de estas señoras, sobre todo a la primera, a la que abrió el melón, y obligarlas a dar marcha atrás, con el consiguiente disgusto, o vaya usted a saber, pero me dije: van a hacer una barbacoa con mi nombre en cualquier peluquería, yo trabajo a la gente, ¿merece la pena? No, me contesté.
Aunque eso sí, dicho, redicho, y requetedicho queda.
Juan Risueño Lorente

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