Mendigar trabajo, pisando cabezas, y perseverar en ello, hacerlo por costumbre, es de una bajeza moral y una carencia de dignidad infinitas.
Esa mendicidad, ese ofrecerse a tan bajo precio, logra el tó pá mí, pero a costa de recibir miseria, y no tener otra opción que repartir miseria.
¿De qué sirve hacer mucho para tener y dar tan poco?, ¿de qué sirve hacerlo casi todo, dejando al gremio como un solar?
Trabajar por trabajar solo da trabajo.
Así, en ese ambular del oficio sin beneficio llevan de la mano a personas que tragan sapos y culebras, una tropa que a menudo labora por cuatro euros hora (y menos) y la hoja en blanco.
Así, asentado queda el precedente incompetitivo, el dime cuanto te pido, el que obliga a otros a trabajar en la sombra, el que beneficia a los cuatro aprovechados que enarbolan el precio final ante el remate.
Suerte que aún queda quién valora el acabado, quién no viola al ofertante (suplicante) desnudo y dispuesto.
A veces, el buen hacer, el desvelo, el seguir teniendo el nivel personal en la misma línea, la consecuencia, la dignidad como lema, obran lo inesperado.
Nada es lo que debe ser, pero dentro de eso está la comida, y la basura.
Juan Risueño Lorente