Sus gentes permanecen aún calladas, pero en sus rictus se adivina la presión de unos cuerpos que están a punto de estallar.
Aunque sin signos aparentes pasen conocidos y saluden como siempre, esbocen leves sonrisas como siempre, leves sonrisas envueltas, en mi opinión, de un halo de inconfesable tristeza, y lo que es peor, de una resignada indiferencia.
Cada vez más veo a la mayoría de las personas caminar ausentes, refugiadas en su interior, sin dar muestra alguna de lo que podría ocurrir si te acercas a ellas, de lo que podrían responder ante cualquier pregunta que nunca antes habría sido indiscreta.
Gentes que tienen unidas sus manos, sí, a un número simbólico de familiares y amigos, pero solo para formar un círculo ante cualquier ataque exterior.
Círculos ínfimos que no se abren a abrazar a lo bueno que les ataña y menos criticar a lo malo que les calme, en una clara actitud de a mí qué me importa y sálvese el que pueda.
No, nunca ha sido ésta ciudad un ejemplo de solidaridad ante cualquier problema de sus gentes, ni individual ni colectivo, y ahora menos, quizá porque no lo lleva en la sangre.
El pueblo unido jamás será vencido es una frase que alguien escribió hace mucho mucho tiempo y muy muy lejos.
La nuestra siempre ha sido la de no necesitar nada ni a nadie, y ahora que no es así no sabemos abrirnos a ser de otro modo.
Bailén está tenso.
Bailén está en absoluto silencio, un silencio que no consuela para nada a nuestro silencio, un silencio que por momentos acojona.
Juan Risueño Lorente