viernes , 22 noviembre 2024
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Opinión: Dieciocho apellidos granadinos. Andrés Cárdenas.

granada.

Quiso la vida llevarme el martes a dos actos que permitió a mi alma estar a un lado y otro de las sensaciones que produce la misma existencia. Por la mañana estuve en la exposición que la Guardia Civil ha montado en el Palacio Bibataubín en recuerdo de las víctimas de ETA. Allí estaban las fotografías y las primeras páginas de los periódicos en los que se daba noticia de las masacres de la organización terrorista. Uno de los paneles está dedicado a las víctimas de Granada. Sus fotografías acompañan a sus nombres y apellidos: Hernández, López, Requena, Casas, De la Higuera, Jódar, Moreno, Escudero, Puente, Portero, Torralba, Querol, Leyva, Muñoz, Villena, Peña, Sánchez y Miranda… En total dieciocho apellidos granadinos, doce de ellos de la Benemérita. Entonces me acordé de aquella época de terror cuando los periodistas estábamos acostumbrados a cubrir los asesinato y entierros en nuestra provincia de aquellos hombres que habían abandonado el pueblo para ingresar en la Policía o la Guardia Civil. En ese tiempo en el que circulaba aquel macabro chiste que decía que el río más largo de España era el ‘Gualdiacivil’ porque nacía en el sur y moría en el norte. En aquellos años elaboré reportajes sobre las viudas y huérfanos que habían dejado los terroristas vascos en Granada y me acordé de aquella madre de Alamedilla que, con lágrimas en los ojos, me dijo que rezaba todos los días para que a su hijo, recién ingresado en la Benemérita, no lo enviaran al País Vasco. Como era habitual, a su hijo lo enviaron al País Vasco y ella vivió el resto de su vida vestida de luto.
Por la tarde estuve en esa película que está arrasando las taquillas y que se llama ‘Ocho apellidos vascos’. Me reí incluso a carcajadas en algunas escenas y salí del cine con la sensación de que había pasado un buen rato. En la película de Martínez Lázaro hay muchos tópicos y estereotipos que son explotados de manera eficaz y hace que la cinta sea de agradecer en este tiempo en el que tanta gente la está pasando canutas por culpa de la crisis. Aborda temas tabúes como el terrorismo y la violencia callejera, llevados al ridículo en muchos casos. La película, como es lógico, no ha gustado a los acérrimos nacionalistas vascos y me imagino que tampoco a las familias de las víctimas del terrorismo por la banalización que hace de este fenómeno que durante tantos años nos tuvo acojonados. Si yo hubiera tenido un familiar asesinado por ETA habría salido de la sala escupido, ciscándome en los muertos de los guionistas por convertir en comedia la tragedia a la que nos sometió la guerra nacionalista vasca.
Por la noche, ya en el sofá y con las pantuflas puestas, me quedaba en el alma la sospecha de que quizás no es ético reír de lo que tanto nos aterró durante aquellos años. Y me avergoncé un poco por haberme olvidado de todas aquellas tragedias de las que un día escribí en este periódico. Pero también pensaba que es sano reírse, incluso de uno mismo porque eso es un signo de inteligencia. Y que posiblemente sea el humor el único capaz de normalizar situaciones tan ridículas como las que proponen los nacionalismos exacerbados. No sé. Tal vez la vida no sea más que eso, una lucha de pensamientos encontrados.

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