Recuerdo aquel Jueves Santo cuando ‘El Ranas’, que era el que más alejaba con la meada y el que mejor regateaba, propuso echar un partido de fútbol. Casi todos nos negamos porque, según nos habían dicho, si hacíamos eso podíamos acabar en el infierno. En la religión de nuestra infancia, jugar al fútbol en Semana Santa era pecado y darle patadas a un balón era como darle patadas a la cabeza del Señor, pobre, que esos días estaba sufriendo y muriendo por todos nosotros. Si se te ocurría salir a la calle con una pelota, te exponía a que una vecina saliera y te recriminara tu actitud.
-Niño.. ¿no sabes que en Semana Santa no se juega al fútbol?
Y entonces te achantabas y te ibas para casa aburrirte (todavía no teníamos televisión) o a leer tebeos del Capitán Trueno.
Por eso, por miedo a acabar en el infierno, le dijimos al Ranas que no podíamos jugar. Pero él, también el más osado y el más incrédulo, nos convenció diciendo que solo era pecado si jugábamos a partir de las tres de la tarde del Viernes Santo, que es cuando moría Jesucristo. Eso le había dicho su tío, que era el sochantre del pueblo. Al final nos fuimos a la eras a jugar el partido. Yo, como siempre, acabé en la portería, que es a donde iban los gordos, los gafitas, los patosos y los inútiles. A mí me pillaba por patoso y por gafitas.
La tángana se armó cuando uno de los nuestros le dio al balón con la mano. El perjudicado dijo que no, que le había dado en el hombro. Como no había árbitro, en las discusiones ganaba el que más chillaba o el dueño de la pelota, que amagaba con llevársela si no se acataba su decisión. El dueño, que por supuesto era del equipo contrario, dijo que había sido penalti. Fin de la discusión. El Ranas me dice entonces que me quite de la portería, que se va a poner él. El potente argumento que esgrime es que yo soy un ‘cagao’ porque nunca me tiro a por el balón. Nadie protesta, porque eso se puede hacer. El caso es que El Ranas se puso de portero. Lanzó el penalti el mejor del otro equipo. El Ranas no solo no paró el penalti sino que al lanzarse a por el balón se dio con la cabeza en una de las piedras que hacía de poste. Empezó a sangrar por la frente. Tanto, que nos asustamos y salimos corriendo a avisar a su madre. Todo acabó con un susto. Al Ranas el médico del pueblo le dio tres puntos en la frente y su madre veinte zapatillazos en el culo por haber jugado al fútbol en Semana Santa. En la calle el argumento estaba claro: aquella desgracia había sobrevenido por haberle dado patadas a la cabeza del Señor.
Ahora ya no hay temor a jugar al fútbol en Semana Santa. El lunes santo hubo partido. El miércoles se jugó la final de la Copa del Rey y ayer, Viernes Santo, los del Atlético de Madrid y El Elche, jugaron al mismo tiempo en el que los tambores redoblarán por haber muerto Jesucristo. No, si verás tú